Ecuador|| Grande Carapaz, nuevamente en las olimpiadas

Ecuador|| Grande Carapaz, nuevamente en las olimpiadas

24 julio, 2021 0 Por Ivan Lujan Huaman

Richard Carapaz, del Carchi, Ecuador, de tierra de montañas y volcanes, ya desde niño su amigo y amigo del Cotopaxi, jugaba a las faldas de la montaña y del volcán con una bicicleta que ahora forma parte del museo de este astro ecuatoriano.

Decidido, siempre decidido, lo hemos visto en el giro de Italia, y más aún en la atípica Vuelta a Francia, siempre mirando adelante, sin temor ni aprensión.

No hay palabras para describir este hermosa gesta.

Fuerte, siempre fuerte, más fuerte aún.

Un campeón grande para un país que hasta ahora tenía solo en los altares al marchador de Cuenca Jefferson Pérez. Otro deportista de lucha, de resistencia, campeón olímpico en Atlanta 96. “Mi mejor victoria desde el Giro, no”, precisa el campeón. “La mejor de mi vida”.

Los otros favoritos, los sospechosos habituales, los más fuertes del Tour, Tadej Pogacar y Wout van Aert, se marcan, se miran, se temen. Han leído en todas las partes que son imbatibles, y se lo han creído, que sus fuerzas surgen de una fuente inagotable, ganadores por excelencia.  Solo piensa uno en el otro.

Pogacar ha atacado loco, como atacó para ganar el Tour, como atacaba en los Alpes, en los Pirineos, y Carapaz no podía responderle, a 38 kilómetros de la meta, subiendo el Mikuni, el pequeño Mortirolo del Fuji, en la zona del 20%, donde más sufre Van Aert. El belga que con todos podía en el Tour se ha recuperado rodeado de los de siempre, de Mollema, de Fuglsang, de Woods, Rigo Urán, Simon Yates. Viejos filibusteros todos. Viejos derrotados. Ninguno de ellos es español, ciclismo de resistencia, como en el Tour, actores de reparto. Valverde ha cedido antes. Llega a más de 10 minutos. También cede el último de los que aguantan, Gorka Izagirre.

Los que persiguen se atacan, se paran, calculan. A muchos les vale quedar segundos, quedar terceros. Un podio olímpico es un éxito. Siempre suma. A Van Aert, no. Van Aert se aburre. Van Aert está cansado de quedar segundo. Quedó segundo dos veces en el Mundial de Ímola y en su vida se había sentido peor. Van Aert persigue en serio hasta que se agota. Hasta que comprueba que la fuente de su energía no es inagotable como lo fue en el Mont Ventoux, en París, en Burdeos.

Carapaz es amigo de todos. Todos los ciclistas le abrazan, felices, al llegar a la meta, donde él bota de alegría. Es amigo de la naturaleza, también del viento, que no le frena, que parece que hasta le empuja en la última recta, una autopista, que él recorre pegadito a la valla, protegido por el público que, autorizado excepcionalmente en un evento olímpico, le aclama desde las gradas al entrar en el circuito como se aclama a los corredores de maratón cuando entran en el estadio, y se amontona junto a las vallas para darle su aliento, su calor, pues la brisa refresca y seca la humedad que ha asfixiado a tantos al salir de Tokio. Carapaz baila, el niño que se levantaba a las cinco de la mañana para ordeñar las vacas cuando su madre estaba en el hospital, y luego hacía los deberes e iba a la escuela, baila los últimos metros sobre la bicicleta que cuando era pequeño ni tenía sillín, ni tenía neumáticos. Y sobre ella pedaleaba. Y sobre ella se fue hasta Colombia a crecer, y de Colombia, a España, a Pamplona, donde maduró en el Lizarte, cuidado y entrenado por Iosune Murillo, y se hizo ciclista, y grande.

El campeón es Richard Carapaz, de 28 años, del Carchi, Ecuador, en la cordillera, en los Andes. Y su nombre engrandece la lista de los ganadores del oro olímpico.

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