
Ciudad Juárez, una tela de araña migratoria
23 julio, 2019Los casi 10.000 solicitantes de asilo en EE UU varados en la ciudad norteña mexicana van perdiendo la esperanza y comienzan a regresar a su países
La crisis migratoria de México es también una guerra de palabras. ¿Bad hombres o refugiados? ¿Procesos de salida de inmigrantes irregulares o deportaciones? ¿Estaciones migratorias o centros de detención? El último término en disputa es retornados. Se le ocurrió a un funcionario mexicano para diferenciarlos de los repatriados —los que son devueltos a su país de origen— y de los que se acogen al Protocolo de Protección al Migrante, un tecnicismo con el que Washington ha impuesto, primero de facto y luego de modo consensuado, que las personas que pidan asilo en su país sean inmediatamente enviadas de vuelta a México para que esperen allí el resultado del proceso.
Casi 20.000 retornados han llegado desde primavera, la mitad de ellos a Ciudad Juárez, poniendo a prueba la resistencia de los migrantes y la capacidad de una de las ciudades más violentas del país, que hace un año apenas tenía dos albergues y donde una cuarta parte de la población es pobre. El mismo funcionario mexicano resbala ahora por los eufemismos al buscar las palabras para el momento: ¿colapso o insuficiencias en la gestión?
El albergue El buen samaritano tiene espacio para 60 personas, pero está cobijando a 105. El resto de los 13 centros están igual de saturados. En el patio del albergue, Juan Rodríguez, 37 años, intenta inflar la rueda delantera de la bici azul y rosa de su hija de nueve. La niña espera con la boca abierta a que su padre haga magia, pero no hay manera: la rueda está pinchada.
Rodríguez salió en enero de Tegucigalpa (Honduras) en una de las primeras caravanas organizadas de manera autónoma por grupos de migrantes centroamericanos. Llegó a la frontera de Tijuana a principios de marzo. Pero volvió a bajar más de 2.000 kilómetros hasta Chiapas para recoger a su esposa y sus dos hijas, que acababan de entrar con otra de las caravanas. En su segunda subida, la familia decidió cambiar Tijuana por Juárez: “Nos dijeron que aquí era más fácil que nos dejaran pasar a EE UU”. El nodo El Paso/Juárez se ha convertido durante este último episodio en la zona cero migratoria, relevando a otros enclaves como Tijuana o el desierto de Sonora.
Mientras la familia Rodríguez recorría todo México a pie y autobús, Donald Trump lanzó su ultimátum al Gobierno de Andrés Manuel López Obrador: más mano dura en la frontera o castigo comercial. La pelea diplomática entre despachos trastocó los planes de los Rodríguez. Cuando finalmente les llegó el turno con migración para pedir el asilo en El Paso era 11 de junio, tres días después de que México aceptara convertirse oficialmente en sala de espera para los solicitantes de asilo. “Los compañeros de la primera caravana están todos en EE UU esperando su resolución. A nosotros nos mandaron aquí de vuelta y no sabemos cuándo ni dónde vamos a terminar”.
El endurecimiento de la política migratoria de México no se ha limitado a recibir asilados. Por la orilla del escuálido Río Bravo, linde natural entre los dos países, pasean día y noche parejas de la Guardia Nacional, el nuevo cuerpo militar desplegado por la frontera. Han subido los controles por carretera y las redadas han llegado incluso al interior de los albergues. La mano dura ha dado resultados: de 900 migrantes que cruzaban a diario en mayo, han bajado a 300, según cifras de detenciones de la policía fronteriza de EE UU.
A la vez, México ha triplicado tanto el número de deportaciones como de recepciones de asilo. Y los retornados han pasado de 100 diarios antes del acuerdo a más de 200, siendo el 80% ciudadanos centroamericanos. Organizaciones de derechos humanos han denunciado ante tribunales federales la validez jurídica de la figura del retornado. Mientras, dentro del aparato migratorio mexicano cada vez más voces hablan en privado de que “México le está haciendo el trabajo sucio a Trump”.